martes, 22 de julio de 2008

Bienvenidome (Tan viejo como Febrero 2008)



Llegó el día de escribir para la ausencia, un drenar que invierta la gravedad y riegue ciertas raices que hace tiempo beben sólo aire sobre mí. ¿Qué será de ese liquido volado, cada vez más escamado, que escapa por las estrías craneales, que en fisuras se extiende, para finalmente rajar la piel con el filo de los cristales duros de su espesura? otrora viscosidad cansina, sale ahora en forma de chorro burdo, indecoroso, sin ser bestial, sin ser tremendo, pura potencia por la potencia misma, tal vez de tan mal pelaje y mal gusto como los fierros por los fierros mismos o la paja por la mismisima paja, la cual, la última, devela el misterio, pues nada puede quedarse ensimismado por mucho tiempo, y la paja viene con su propia blancura que se eleva, para estrellarse luego, mietras se aleja mirando a su creador como el ángel de Benjamin al ventarrón y sus ruinas, pues no veía sólo el amontonamiento de escombros, ¡veía también la masa airosa que lo movía! Lo vapuleaba como uno puede manipular un tenedor, pero a ese movimiento añadanle el tembladeral de arcadas que puede tener semejante utensilio en manos de un mierdívoro. Así lo veía al menos Benjamin mientras atestiguaba como los fierros se cargaban a sus muertos, pero, sobre todo, después de pensar en Stefan y no aguantar la angustia y después jalarsela y ver su viscosidad alejarse y mirarlo a él como el alado a esa enfermedad autoinmune. Asi tampoco lo drenado ha de quedar en si, ¿cómo fue eso pensable? Sin acá ni acullá va para el silencio o tal vez regrese sin irse, pero, para que mentirse, no ha de quedar en si, ya no. Así mejor, que tire de la cadena y que no suenen campanas.

Testimonio sobre alguna imagen (ejercicio-homenaje a Bolaño)

Armando Sebastián Madero, Bar “El Chivito Traicionado” en el Centro Cultural “Ayuí Grande”, calle General J. G. Artigas Montevideo, Marzo 2008.

Lo conocí en Montevideo, era el año 2001. No lo había leído hasta entonces y luego de tener por primera vez un libro suyo entre las manos ya no lo volví a ver. Estaba ya enfermo, con sus carnes y sus huesos desempalmados unos de otros como si aborreciesen estar condenados a hermanarse en su naturaleza subcutánea. En mi sucedió algo similar, pero entre sus escritos y el obrador, como si el escritor y su obra no se llevasen bien en ese territorio que venía a ser yo, un lector, pero uno no indeterminado por cierto. Luego de esa única vez, no lo volví a ver más que en las letras de molde, cuando desenfocaba la mirada y todo era nublado, un cielo cerrado sin constelaciones, borrosas y tipográficas nubes donde yo podía adivinar una manzana prohibida o el rostro de usted. Y también, claro está, intentaba verlo en su foto más famosa sobre el cartón, allá donde el libro no comienza aún, con ese piloto de investigador privado, con esa oscuridad nostálgica del sabueso, con ese gesto de soy detective y descubriré la imagen. Se daban luchas entre ese yo, el otro yo, y yo, continuos combates sin nombres propios. Cuando nos enfrentábamos al interior de mis pupilas, supuraba inevitablemente lágrimas y a veces lagañas de un verde inorgánico, como si estuviese eyaculando por el iris de mi ojo izquierdo, que era el único que procedía de manera semejante, cosa que no terminaba de agradarme, aunque no lo comprendiese del todo. Comprenderlo, eso hubiese sido ya insufrible. Pero ¿por qué hablo en pasado? Sigue drenando viscosidad mi lado izquierdo. De vez en cuando, al despertar con la sensación de la capilaridad ausente, tiemblo como si mis nervios estuvieran en el más acá del tejido muerto que envuelve mi cuerpo restante, y tengo la imagen vibrante de las vísceras nerviosas ondeando bajo la brisa, y entones mucho me agito y el semen trata de vencer las defensas semipermeables de mis parpados y tiene, en general, su humilde victoria. Esporádicamente, incluso, mi ojo derecho parece reaccionar esas mañanas. De tinta blanca esta pergeñada aquella esencia de ciénaga, aquella humedecida ceniza de la batalla librada, la individualidad eclosionada contra el sujeto, que supura como diciendo: he aquí la historia en sus propias palabras, soy la sangre que derramada es circulante. ¡¡¡Pero que denso me puse!!! Perdone, y entiéndase que es una metáfora, y como tal, bueno, no tiene porque oprimirse su significado ni su supuesto significado huidizo oprimirlos a ustedes. No soy un gran literato, y tal vez por eso confío en no dañar a nadie ¿o no? Escribo, yo escribo, yo también soy un Madero. Soy un Madero, aunque no soy nada del más famoso de los ignotos, Juan García, ni me acerco a él, ni ganas. Y este no aproximarse implica no solo las cuatro coordenadas de este sucucho espacio temporal que llamamos Mundo, México, Montevideo, Latinoamérica, el hospital, la incubadora, el nicho, sino que también estoy queriendo implicar lo que suele escapársele a estas dimensiones tan científicas o de sentido común, que hoy, bueno, juegan a ser lo mismo, un juego de muchos que mueve nuestro oloroso y rengo universo. Ay, ciencia y sentido común ¿Cómo han llegado el queso y el dulce de batata a coincidir? He empleado nuevamente la metáfora, ¿se dio cuenta? ¿Que dirían las lenguas satinadas e impolutas de mi? pues barbaridades. Pero sometido a sus vaivenes no vibra mi tímpano, ni mi caracol, y su sonido no es. Por otra parte, yo no tengo una de aquellas lenguas, sino una de un tipo más triste y desfigurado, una de estas lenguas que son las hermanas negadas de aquellas. Nuestra extremidad fónica es áspera como la de los felinos, y fíjese que no es carente, pero semejante cualidad solo le vale para lamer los platos sucios o las ollas sucias o lo que ha caído al suelo. Para los líquidos, para el helado de crema o para todo lo masticable, bueno, su aspereza le significa una mierda, aunque creo, tampoco la limita, lo cual es terrorífico en si mismo. ¿Qué nos queda? ¿Qué nos queda?

Nos vimos en Montevideo, ¿se acuerda? Tenía los ojos como de recién resucitado, su mirada era como el mar vivo en que todo lo visible, y aun su reflejo, es muerte, en donde la vida es lo que se oculta, lo ausente. Usted acarreaba no sin esfuerzo esos ojos aviesos, como si hubiese entendido el particularismo que encierra Montevideo, el muerto que carga. Usted miraba con los ojos no de los montevideanos, sino como si fuera el testigo del asesinato perpetrado por nuestra ciudad. Montevideo se mueve jugando a ser un reloj simplón, pero no lo es. ¿lo sintió así usted? Cuando despierto por la mañana bien temprano y comienzo a caminar antes de que el engranaje bajorealista del microcentro lo haga, y la realidad oriental comience a moverse a duras penas como un viejo tren que inicia su marcha a fuerza de dos tronquitos y medio kilo de carbón, cada vez, es decir siempre, me brota la misma pregunta, pero no como una simple extensión de mi cuerpo, sino como un tumor, una pregunta tumor ¿Cómo tanta torpeza nos engaña horas más tarde? ¿Cómo llegamos a borrar de nuestra memoria sincrónica la presencia de estas mañanas que abren un tajo abismal en el lomo del más ingenuo de los hombres? Yo mismo no puedo retenerme en esa sensación, como si el corte no acabase en la figura retórica y me estuviese desangrando y yo tuviese que cerrar esa imagen como alguien que se sutura desesperadamente una herida solitaria en el centro mismo de la selva tropical, pero no de cualquiera, en el centro mismo de aquella misma selva que le falta a nuestro Uruguay. En Atlántida no me pasa lo que en Montevideo. Allá no hay organización que comprender, es un cuento realista y trivial. Montevideo es un buen cuento que Chico Buarque nunca escribió, algo así como una prosa más pequeña que sus pequeñas novelas. Pero a Buenos Aires o al DF ¿han estado caminándolas a las 5, 6 de la mañana? Ésas son como un libro de Bolaño, la desmesura caótica que no se derrumba y uno debe suponer, y lo siente, que algo juega allí con nuestra incredulidad y que ello no es un reloj, siquiera con rabia, como diría el bueno de Juan, sino uno de esos temporizadores de arena que nunca dejan que la gravedad venza la totalidad de sus granos. Ese también es un orden, y bastante más complejo de explicar que la gravedad, que como teoría se expone fácilmente. Lo que tiene de difícil es su ejemplificación, el visualizar en un solo bastidor el cuerpo celeste de nuestra querida tierra y, digamos, la manzana de Newton o, ni que hablar, el granito de arena. Entonces uno se hace una imagen distorciva de los cuerpos, la manzana de su tamaño y la tierra con un diámetro de 2 metros, y ahí ya no puede ni comprenderse la teoría. Esa es su imagen que nos deja. Puedo entender que la muerte atraiga a la muerte, que el capital llame al capital, pero no veo, literalmente ni literariamente, como un cuerpo muerto atraiga otro, ni como incluso uno vivo a otro vivo, siendo como somos. Y vuelvo a pensar el granito de arena que se le resiste al todo que gravita.

Pero, ¿Qué es ese todo menos el granito de arena? La imagen me llega indómita, irreconciliada con el banco de imágenes. Pero así beligerante se subsume a su pasado, a lo que nos dejan las metáforas muertas, ¿no? Pero hay fisura, y el abismo ha de llenarse con algo, no hay lugar allí para la nada, tal vez para su expresión o representación o para la ausencia, pero ese espacio entre palabra y palabra, entre figura y figura es testimonio de algo, incluso de la nada, ¿no lo cree usted? o tal vez de los cuerpos que quedaron flotando entre la muerte ultima de su expresión y la reencarnación que no llega, como un acontecimiento que en su fracaso logra no burlar la historia de la palabra, pero si tal vez a su cadena, esa de eslabones de conceptos. La lengua la tenemos convaleciente, es eso evidente, es ahora lo más díscolo, ¡como sufre en su rincón rebelde! Es un muerto reencarnado en un pliego de cuerpo, no en el cuerpo, en la grieta, acullá de la comprensión, para poder intentar significar realmente algo. Pero no por eso, ¿no lo piensa igual usted?, se ha de dejar necesariamente lugar al caos de lo más gris. Hay intuiciones vivas, de hecho una me dijo que usted juega, juega. Y eso me envalentona, y la valentía viene con su voluntarismo a cuestas, y entonces me veo en la obligación interna, o externa, de decirle a usted que en ese jugar también a veces se equivoca, ¿me lo digo a mí sobre usted? Jugar no parece excluir el errar, en ninguna de sus acepciones. No sé, pero mi querido camarada, usted sin duda se confunde, no es como usted le hace decir al desquiciado ese de Font. La libertad no es buena imagen para decir al número primo, ni viceversa, claro está: las figuras retóricas deben tener la propiedad de la reversibilidad, ¿no? Esas perlas esparcidas parecen tus dientes luego de un match de boxeo. Permítaseme el humor, y dejémoslo ahí: la prosa torpe asecha. Volviendo, le quería decir que, en cambio, el numero primo es Narciso de cara al río que no se mueve, es la soledad enamorada de si misma, la libertad en cambio es como un número par que no logra dividirse nunca, o que cuando se divide se olvida de su origen, es un número que se transita pero no se hace, no se labra asi esa libertad, es decir, uno no realiza semejante creación, o tal vez se la concrete, pero como cuando uno dice 2, o 6, o los dibuja, o dibuja 34 manzanas y cree haber entendido la relación entre los números pares y los impares, y los primos, que son impares. Bueno, pero creo que ya entendió mi punto, ¿no? Ya se, me refiero a que si lo que digo dialoga, o ilumina o es iluminado por la obra de usted, o lo que quede de usted. Perdón, ya sé que él está dispensado de oírme. Disculpen los deudos de que le hable a su muerto, pero ustedes lo tuvieron vivito, a mi me queda así, y el recuerdo puramente verbal lleno de figuras y metáforas, pero seco de memorias de retina, de una tarde en Montevideo. Me parece que deben permitirme que lo interpele, aun si no puede contestar, si es que lo trato respetuosamente; miren que ni siquiera lo tuteo, cosa que sería nimia comparando con las licencias que se dan en el plagio o la sátira directa otros que escriben y se dicen autores. Mi áspero amigo, que ahora vuelto al tintero, ahora que salió, como quien dice, con los pies para adelante para zambullirse en ese otro mundo de las cuevas, desde el que nos tiran sombras los ilustres ausentes como si el centro de la tierra fuera de tal incandescencia que pudiese atravesar todo sólido, menos sus cuerpos; desde allí mi benemérito, usted se nos da o no, pero actúa como si se acostara con nosotros, pero como lo haría una puta que ama a su chulo perdidamente. Ceda ¿Qué es ese centro luminoso? No me diga que la literatura, o que la biblioteca, o la gran metáfora incendiándose o pavadas por el estilo. Bueno, usted no nos daría de comer semejante plato, una rúcula endulzada para el lector que desea que el escritor le tire guiños todo el tiempo ¿no?, usted esta por el raspar la olla, por lo comido succionado del suelo, y no por el helado, a menos que se le haya caído al niño a la zanja. Entonces ¿De dónde sale esa luz? Ande, camine y arrástrenos su sombra, más allá del libro, como un Mahoma distraído que avanza con la montaña que, buscando sus talones, va a la saga llevándose pueblos píos e impíos al interior de sus fauces terrosas, a su corazón marrón.