miércoles, 21 de julio de 2010

El tiburón

Mi gran tiburón blanco nada, un cuerpo unimuscular y satinado,

Un cardumen unánime de incontables glóbulos blancos,

Una desmesurada monada con una ventana para que respire la muerte,

Para que hable la voluntad con su estómago infinito donde habita el vacío.

Nada ahí donde el océano es desierto, donde ni plancton ni medusas,

Ahí nada, donde pura agua muerta, colorida de negro y azul renegrido.

Oscuras son las fauces de mi muerte, más oscuras que lo invisible.

Mi gran tiburón tuerto me mira por la llanura vertical que lo encadena,

Se abrazan las cosas con odio en su sensibilidad prensada,

Bidimensional en su eje de lo sabido, y en su eje otro que no pregunta.

Por la ausencia del ojo le brotan palabras de paladar acuático y seco.

Mis furias se piensan también en esa metáfora bucal, y se distraen,

Y bailan incisivas, danzantes entre maxilar y maxilar, y se tropiezan,

Y sólo así regresan en sí, y en mí, y buscan ásperas más que éter que tragar

Y encuentran arcadas en el camino de su experiencia, hasta decir eureka,

Y cantan nuevamente, y se miman unas a otras y se dicen cosas bonitas

Y se frotan contra los merfiles de mi gran blanco y tuerto y final amigo.

El cuerpo donde explota el silencio, ése han de escanciarse.

miércoles, 9 de junio de 2010

Una comunidad judia en su hora pre-peronista

La comunidad judía se encuentra hoy en un estadio pre-peronista. Los judíos nos hallamos en una suerte de periodo oligárquico en que un manojo de instituciones no representativas o directamente ajenas se arrogan la representación de todos, hablan en nombre de los judíos, y sin mediación alguna pretenden hacernos apologetas de crímenes de lesa humanidad. ¿no es hora de que pongamos las patas en la fuente, entremos en escena de cuerpo presente, de palabra presente? Porque, así dadas las cosas, todo aquello disímil que para cada uno y para cada cual es “lo judío”, el ser judío vital y biográfico, seguirá siendo profanado incesantemente por la política espuria de aquellos que vapulean nuestra tradición y nuestra historia, y hacen la política más sucia con ellas.

Luego del pistolero ataque Israelí a una flotilla internacional con ayuda humanitaria que pretendía al unísono aliviar la situación de la población sitiada de palestina y poner en cuestión un inhumano e ilegal bloqueo, y en una caricatura repetida, ayer nuevamente se reunieron en la Sociedad Hebraica Argentina (SHA) el embajador de Israel en Argentina, Daniel Gazit, y los representantes de la DAIA, la AMIA, la Campaña Unida Judeo Argentina (CUJA) y la Organización Sionista Argentina (OSA), para pretender falsamente la unidad de la comunidad judía argentina en el apoyo ciego e incondicional al Estado de Israel.

Y sucede por enésima vez, con la gravedad creciente de los cadáveres de seres humanos que no cesan de apilarse, por enésima vez han salido desde las instituciones a respaldar el discurso obscenamente falso y la acción criminal odiosa del Estado de Israel contra el indefenso pueblo palestino y contra cualquiera que se atreva a pretender justicia para él.

La comunidad judía es un sujeto más o menos real, más o menos artificial, pero que existe sin duda en tanto que se lo interpela y termina englobándose a decenas de miles de voluntades de ascendencia judía en Argentina bajo la categoría. En la medida en que son los nombres de miles de personas con ideas, pareceres y principios particulares los que identifica la idea de comunidad judía, ¿quiénes serían capaces, para apañar violaciones comprobadas a los derechos humanos, a usar sus nombres en vano? Son capaces sólo aquellos que usan nuestra humanidad únicamente como medio para otros fines, y que en ningún caso tienen por fin y objetivo el resguardo de nuestro ser, sensible a la injusticia, perseguido, resistente, crítico.

Por un lado tenemos a la Embajada de Israel en argentina, que debiera restringirse a asistir a los inmigrantes y turistas israelíes, únicos sujetos que pueden ser representados por ella. Cuando dicha embajada habla en nombre de los judíos argentinos les está usurpando su identidad y no deja de realizar golpes de estado a la representación de dicho colectivo. Esta comunidad judía argentina, que ilegal e ilegítimamente se arroga representar la embajada de Israel, era desaparecida juntamente con otros miles de argentinos compañeros de sendas y sueños mientras el gobierno israelí, al que sí representa legitima y legalmente la mencionada embajada, les vendía armas a las militares argentinos, sus secuaces violadores de los derechos humanos. Hoy ese favor cruento lo devuelve la Argentina. Mientras Israel viola todo derecho internacional y humano, Argentina honra a dicho estado en el marco de los acuerdos comerciales Mercosur-Israel, y los aun más ominosos acuerdos secretos israelíes-argentinos de cooperación “científica”, previsiblemente militar, de la ley 26.437 del 13 de enero de 2009 aprobada a escondidas al calor del carnicero ataque autodenominado “plomo fundido”, y que Laura Grinsberg y APEMIA vienen denunciando).

La otra cara de esta falsa representación, esa moneda de curso ilegal e ilegítimo, está dada por la junta oligárquica que dice representar a la comunidad judía pero que, siendo antidemocrática en su misma constitución, lejos se halla de tal atributo: vecino argentino judío, vecina argentina judía, joven universitaria, ¿Ud. sabe a quién, cuándo y dónde se realizan las elecciones de la Daia y la Amia? ¿qué se vota? ¿está Ud. empadronado? ¿podrá votar? En las últimas elecciones de autoridades que coronaron a los ortodoxos votaron menos de 7.400 personas de una comunidad que supera los 200.000 miembros en Argentina. Pero no sólo sucede que su legalidad se encuentra viciada, sino que sobre todo la legitimidad de estas instituciones raya la nulidad a partir de la sí por todos conocida traición continua a los vivos y a los muertos luego de la voladura de la AMIA en 1994 y las múltiples relaciones non sanctas con los poderes de turno. La comunidad judía vive su ya demasiado larga década infame, y ha de acabarla irrumpiendo con su presencia viva.

Si el calvario y muerte de nuestros padres, abuelos y bisabuelos, su sufrimiento, dignidad y resistencia, no nos anima hoy a indignarnos y a resistir la utilización de lo que ellos significan para nosotros y para la conciencia de la humanidad toda, si no nos envalentona a decir NO ante su utilización para apañar y exculpar continuas injusticias, nuevos crímenes indecibles, si no nos hace alzar la voz, avergoncémonos, avergoncémonos, avergoncémonos.

Los palestinos viven en la total injusticia, subyugados por un poder comparativamente omnipotente que ha demostrado todo desprecio por su humanidad. La justicia no les ha de llegar sin que Israel antes no pierda cierta intangibilidad internacional que se sostiene, no en pequeña medida, en el hecho de que Israel encarnaría el espíritu y salvaguardia de todos los judíos, los perseguidos por centeños y exterminados en los campos de concentración nazis, así como nos representaría a nosotros sobrevivientes y descendientes. Auschwitz y su memoria en nosotros, la experiencia de lo judío en nosotros debe, con nosotros, despegarse de su utilización manipuladora y exculpatoria.

Los judíos que se sienten seres humanos, justos y dignos, más allá o más acá de su judaísmo, fuera o dentro de Israel, deben hoy alzar su voz por un pueblo hermanado en la injusticia, el pueblo palestino. Y la comunidad o colectivo judío de argentina, como cada uno prefiera, ha de decir nuevamente No en Nuestro Nombre y negarle toda legitimidad a quienes dicen hablar en su nombre cuando hacen apología de continuos, terribles crímenes, y de la violencia más vergonzante e inmoral.

Cuentan que en una mutua montaña oscura y ante senderos neblinosos el judío Adorno dijo que el camino correcto estaría dado únicamente por el esfuerzo por salir de esa oscuridad, la barbarie. Y lo hizo no sin que agregase prontamente el judío Celan “es hora de que sea hora”.

Es hora de que pongamos las patas en la fuente.

Ariel S. Feldman

08.VI.2010

lunes, 19 de abril de 2010

Sintomatología de la hiperconciencia otoñal y sus cambios de temperatura

Otoño. La naturaleza se desmorona en hojas y un frío húmedo hace la vida un disgusto. Empiezan a pulular entre nosotros los sincopamientos respiratorios y las lágrimas de ceniza, el ventarrón ecléctico del estornudo serial. Todo eso sucede, y sin embargo la incertidumbre y el terror no reinan entre la población, que camina impávida ante los espejos de abismo que son nuestra grieta congestionada. La alergia otoñal no es otra cosa que la manifestación de verdades tan pero tan físicas que nos hemos vuelto insensibles a ellas (lo que por ello llamamos metafísicas). Sólo el infantilismo naif que vive la falsa consciencia del sentirse bien con la hostilidad de la realidad que nos rodea, nos priva de la sabiduría que la reacción alérgica encierra. No es el único, pero la alergia es un síntoma privilegiado, por agigantado, del abismo entre el sujeto y lo otro de sí. El mundo nos es ajeno. Ya no siendo uno con la realidad, el ser humano deviene sujeto consciente e intenta dominar lo que se le distingue negando su diferencia, igualándolo a si mismo. Ese si mísmo también intenta homogeneizarse, borrar su contradicción propia, e incluso pretende hacer del cuerpo una extensión de esa consciencia que se quiere homogenea. Ante esta razón tiránica el mundo se resiste, aun, como lejanía, que hospitalariamente se plasma en que todo lo que no es asimilable, dominable por ese cuerpo que pretende ser extensión del yo subjetivo, ordenador del mundo. Lo no asimilable es por indigerible es potencialmente patológico. Todo lo que no soy es una otredad, y toda otredad, en la medida en que no sea metabolizada, aceptada por el cuerpo, como por ejemplo sí suelen serlo las células de oxígeno limpias o puramente mezcladas con una doble ración de hidrógeno, constituyen cada una y cada cual, con la unidad monadológica del crimen preestablecido, una némesis del sujeto. Lo otro es el enemigo íntimo. Si alguien dijera que la alergia puede ser psicosomática, le contestamos que en todo caso eso no amerita una distinción filosófica, no constituye una diferencia cualitativa falseadora, sino que es una diferencia de grado que confirma la teoría. La psicosomática alergia seria hiperbólica, la alergia paranoide, una hiperconciencia que se apresta a educar lo corporal sobre la ajenidad de todo lo externo. Ante la fantasía de que lo que me llevo al bolsillo, mi encendedor, puede llevar el mismo posesivo que mi musculo intercostal, ante eso, se levanta la sensibilidad neurótica desarrollada para percibir lo que no es el propio ser, sino el peligro de que dicho ser devenga nada. El sujeto no es pues ya uno con lo otro de si, de eso no hay vuelta atrás. Y sin embargo, lo otro de sí está en sí, en cierto grado, en el cuerpo que soy yo y me es otro, tan lejos él y tan cerca, que el cuerpo a veces no lo reconoce y en la peor de las alienaciones, se ataca a sí mismo. Alguna vez la ciencia correrá el velo que la enceguece y verá la relación entre la hiperconsciencia de la alergia y las enfermedades autoinmunes, en que los glóbulos blancos atacan el cuerpo que son ellas y debieran defender. Pero aún estás enfermedades, que son una desviación sin duda, tienen un momento de verdad trascendente; el cuerpo nos es inapropiable, no podemos reducirlo al yo, y cuando los globulos blancos toman prestada la consciencia de la neurosis, que en su hiperquinesia a presión logra salirse de sí, atacan a lo otro de mi en mi. La artrosis autoinmune es una cosa muy triste. La hipocondría, que constituye por otro lado una experiencia diferente, es sin embargo un fenómeno hermanado con la extrema perceptibilidad del yo alérgico frente a la ajenidad de “nuestro” mundo. Muchas veces se asocia a la hipocondría con la idea del exceso de sujeto, es decir, con el hecho de que el hipocondríaco pondría en la apreciación del síntoma sus miedos irredimidos, impondría irrealidad a la cosa. Así, el sentido común reza que, contrariamente a lo que el paciente doctorado cree, nada objetivamente malo le está pasando; que el síntoma es un fenómeno psíquico que falsea la realidad del cuerpo, que si por él fuera, síntoma no habría. Sin embargo, la realidad es totalmente la contraria. Comprende el hipocondríaco que la esencia de lo único esencial a la vida es su fin irremediable. Aun si algo fuera eterno, ¡eso eterno claramente no es la salud señores!. La hipocondría jamás es falsa, simplemente maneja una verdad que no se distrae en el puro presente neoliberal. El principio de erosión domina la existencia como la gravedad a los cuerpos. Hay síntoma, eso es así, y la mentada falta de correspondencia con una enfermedad particular como signo de la falsedad del síntoma es producto de una faltante, pero de dialéctica. El problema es un perro muerto. Un perro estornuda y muere 42 años perrunos después; no es que el síntoma no correspondiera en ese entonces al diagnostico primero y acertado del perro-paciente, sino que dicho diagnostico era verdad fuera de(l) tiempo. El síntoma es el del diagnostico, sólo que los separa un abismo de duración, mensurable o no, según guste usted. Son los primeros signos de la nada que habita la temporal fenomenología del cuerpo. Y lo corporal, que es pura sincronía en su realidad subcutánea, comprende, gracias a la conciencia hipocóndria, que la muerte simplemente despierta a las células de su sueño mundano para indicarles su lapidaria presencia, que ha de señorear. Es el hipocondriaco quien, en una sensibilidad metafísica poco común, se deja abordar por el objeto, que hace consciencia en su estomago, y se comprende naturaleza y lo indomeñable de la muerte de lo que es naturaleza; es el común quien consumiendo el objeto piensa que puede permanecer inocuo a lo otro de sí, e intenta refugiarse en el particularismo psicológico, en el localismo psicológico, en una etapa corporativista de la psiquis en el mejor de los casos, como si el yo lo fuera todo y todo poderoso. Pero la alergia y la hipocondría son el testimonio frenético, fronético, de que hay exceso, de que lo otro de sí como mundo y como propio cuerpo no nos es reductible. Somos la insuficiencia de la conciencia, la conciencia del abismo, la naturaleza que es terror bello, nuestra violencia fracasada, el quebrado dominio, una tristeza sublime, y un estornudo ya coronado, como es debido, por una sonrisa en los ojos.