lunes, 19 de abril de 2010

Sintomatología de la hiperconciencia otoñal y sus cambios de temperatura

Otoño. La naturaleza se desmorona en hojas y un frío húmedo hace la vida un disgusto. Empiezan a pulular entre nosotros los sincopamientos respiratorios y las lágrimas de ceniza, el ventarrón ecléctico del estornudo serial. Todo eso sucede, y sin embargo la incertidumbre y el terror no reinan entre la población, que camina impávida ante los espejos de abismo que son nuestra grieta congestionada. La alergia otoñal no es otra cosa que la manifestación de verdades tan pero tan físicas que nos hemos vuelto insensibles a ellas (lo que por ello llamamos metafísicas). Sólo el infantilismo naif que vive la falsa consciencia del sentirse bien con la hostilidad de la realidad que nos rodea, nos priva de la sabiduría que la reacción alérgica encierra. No es el único, pero la alergia es un síntoma privilegiado, por agigantado, del abismo entre el sujeto y lo otro de sí. El mundo nos es ajeno. Ya no siendo uno con la realidad, el ser humano deviene sujeto consciente e intenta dominar lo que se le distingue negando su diferencia, igualándolo a si mismo. Ese si mísmo también intenta homogeneizarse, borrar su contradicción propia, e incluso pretende hacer del cuerpo una extensión de esa consciencia que se quiere homogenea. Ante esta razón tiránica el mundo se resiste, aun, como lejanía, que hospitalariamente se plasma en que todo lo que no es asimilable, dominable por ese cuerpo que pretende ser extensión del yo subjetivo, ordenador del mundo. Lo no asimilable es por indigerible es potencialmente patológico. Todo lo que no soy es una otredad, y toda otredad, en la medida en que no sea metabolizada, aceptada por el cuerpo, como por ejemplo sí suelen serlo las células de oxígeno limpias o puramente mezcladas con una doble ración de hidrógeno, constituyen cada una y cada cual, con la unidad monadológica del crimen preestablecido, una némesis del sujeto. Lo otro es el enemigo íntimo. Si alguien dijera que la alergia puede ser psicosomática, le contestamos que en todo caso eso no amerita una distinción filosófica, no constituye una diferencia cualitativa falseadora, sino que es una diferencia de grado que confirma la teoría. La psicosomática alergia seria hiperbólica, la alergia paranoide, una hiperconciencia que se apresta a educar lo corporal sobre la ajenidad de todo lo externo. Ante la fantasía de que lo que me llevo al bolsillo, mi encendedor, puede llevar el mismo posesivo que mi musculo intercostal, ante eso, se levanta la sensibilidad neurótica desarrollada para percibir lo que no es el propio ser, sino el peligro de que dicho ser devenga nada. El sujeto no es pues ya uno con lo otro de si, de eso no hay vuelta atrás. Y sin embargo, lo otro de sí está en sí, en cierto grado, en el cuerpo que soy yo y me es otro, tan lejos él y tan cerca, que el cuerpo a veces no lo reconoce y en la peor de las alienaciones, se ataca a sí mismo. Alguna vez la ciencia correrá el velo que la enceguece y verá la relación entre la hiperconsciencia de la alergia y las enfermedades autoinmunes, en que los glóbulos blancos atacan el cuerpo que son ellas y debieran defender. Pero aún estás enfermedades, que son una desviación sin duda, tienen un momento de verdad trascendente; el cuerpo nos es inapropiable, no podemos reducirlo al yo, y cuando los globulos blancos toman prestada la consciencia de la neurosis, que en su hiperquinesia a presión logra salirse de sí, atacan a lo otro de mi en mi. La artrosis autoinmune es una cosa muy triste. La hipocondría, que constituye por otro lado una experiencia diferente, es sin embargo un fenómeno hermanado con la extrema perceptibilidad del yo alérgico frente a la ajenidad de “nuestro” mundo. Muchas veces se asocia a la hipocondría con la idea del exceso de sujeto, es decir, con el hecho de que el hipocondríaco pondría en la apreciación del síntoma sus miedos irredimidos, impondría irrealidad a la cosa. Así, el sentido común reza que, contrariamente a lo que el paciente doctorado cree, nada objetivamente malo le está pasando; que el síntoma es un fenómeno psíquico que falsea la realidad del cuerpo, que si por él fuera, síntoma no habría. Sin embargo, la realidad es totalmente la contraria. Comprende el hipocondríaco que la esencia de lo único esencial a la vida es su fin irremediable. Aun si algo fuera eterno, ¡eso eterno claramente no es la salud señores!. La hipocondría jamás es falsa, simplemente maneja una verdad que no se distrae en el puro presente neoliberal. El principio de erosión domina la existencia como la gravedad a los cuerpos. Hay síntoma, eso es así, y la mentada falta de correspondencia con una enfermedad particular como signo de la falsedad del síntoma es producto de una faltante, pero de dialéctica. El problema es un perro muerto. Un perro estornuda y muere 42 años perrunos después; no es que el síntoma no correspondiera en ese entonces al diagnostico primero y acertado del perro-paciente, sino que dicho diagnostico era verdad fuera de(l) tiempo. El síntoma es el del diagnostico, sólo que los separa un abismo de duración, mensurable o no, según guste usted. Son los primeros signos de la nada que habita la temporal fenomenología del cuerpo. Y lo corporal, que es pura sincronía en su realidad subcutánea, comprende, gracias a la conciencia hipocóndria, que la muerte simplemente despierta a las células de su sueño mundano para indicarles su lapidaria presencia, que ha de señorear. Es el hipocondriaco quien, en una sensibilidad metafísica poco común, se deja abordar por el objeto, que hace consciencia en su estomago, y se comprende naturaleza y lo indomeñable de la muerte de lo que es naturaleza; es el común quien consumiendo el objeto piensa que puede permanecer inocuo a lo otro de sí, e intenta refugiarse en el particularismo psicológico, en el localismo psicológico, en una etapa corporativista de la psiquis en el mejor de los casos, como si el yo lo fuera todo y todo poderoso. Pero la alergia y la hipocondría son el testimonio frenético, fronético, de que hay exceso, de que lo otro de sí como mundo y como propio cuerpo no nos es reductible. Somos la insuficiencia de la conciencia, la conciencia del abismo, la naturaleza que es terror bello, nuestra violencia fracasada, el quebrado dominio, una tristeza sublime, y un estornudo ya coronado, como es debido, por una sonrisa en los ojos.

1 comentario:

Nanu dijo...

de alegrias me nutro, de alergias me quejo, de alegrias vivo. Es solo un cambio dislexico el que nos separa...el que te lleva de un lado al otro...como el hipondrismo..que te lleva al extremo de algo...quizas la conciencia de la muerte...quizas el terror a la forma de muerte.